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Ángel Emilio Mayayo Pérez

Víctima y verdugo. Ella, una vida truncada. Él, la bestia que la arrebató. Dos imágenes separadas por la muerte.

Ejecutada sin remordimientos. Bienvenido a Nota Bruta.

EL HEDOR DE LA MUERTE

Cambrils, Tarragona – 23 de enero de 1984 – 01:50 de la madrugada

Noche helada. Un viento cortante arrastra el olor de la sal y la basura. En el basurero municipal, tres operarios comienzan su jornada cuando algo extraño rompe la monotonía: una fila de bolsas negras, colocadas con precisión milimétrica.

El hedor es insoportable. Agrio, rancio, más allá de la podredumbre habitual del vertedero. Muerte.

Uno de los trabajadores, con el pulso tembloroso, corta una bolsa. Un brazo humano se desploma en el suelo. Rígido, pálido, mutilado con cortes torpes pero eficientes.

Los operarios gritan. Llaman a la policía.

Cuando los agentes llegan, la escena es más espantosa de lo que imaginaban. El vertedero de Cambrils se convertirá en el escenario de uno de los crímenes más macabros que haya visto Tarragona.

Un cuerpo roto entre basura. Carne humana mezclada con desperdicios. Aquí terminó lo que antes fue una vida.

LA MUERTA Y EL CASO DEL ACEITE DE COLZA

En 1981 España se tambalea bajo el peso de un desastre sanitario monstruoso: el Caso del Aceite de Colza.

Un fraude criminal. Aceite industrial adulterado y vendido como comestible. Más de 500 muertos. 20.000 afectados. Niños con parálisis, adultos con fallos orgánicos, generaciones enteras marcadas por el horror.

Uno de los responsables: Enrique Salomó. Comerciante. Distribuidor. Condenado a más de 30 años. Su apellido se convierte en sinónimo de muerte.

Tres años después, su esposa, María Teresa Mestre Guitó, 44 años, enferma terminal de cáncer, cae en desgracia junto a él. La familia arruinada. El estigma imborrable.

El 9 de enero de 1984, María Teresa Mestre desaparece.

Quince días después, la encuentran cercenada en un vertedero.

De empresario a recluso. Su codicia lo condenó, su apellido se volvió sinónimo de muerte.

DESAPARECIÓ Y LA BUSCARON VIVA… LA ENCONTRARON EN BOLSAS DE BASURA

9 de enero de 1984. Un lunes cualquiera.

María Teresa Mestre lleva a su hija a la estación de Renfe en Tarragona. Una despedida común, una sonrisa, un gesto tranquilo. Nadie volverá a verla con vida.

Durante días, su familia la busca desesperadamente. Su Volkswagen Golf aparece abandonado. La prensa especula:

  • ¿Venganza por el escándalo del aceite?
  • ¿Secuestro?
  • ¿Suicidio?
  • ¿Un escape planificado?

El 14 de enero, la familia organiza una rueda de prensa. El hijo mayor, Enric, suplica entre lágrimas:
"Por favor, vuelve mamá."

Las cámaras captan la desesperación. La tragedia ya está escrita.

Tras esas paredes, la muerte se deslizó en silencio. Nadie escuchó los gritos, nadie detuvo la masacre.

NO SOLO UN BRAZO… LO QUE DESCUBRIERON FUE UNA MASACRE

23 de enero de 1984. Catorce días después de la desaparición.

El vertedero de Cambrils vomita su secreto más oscuro:

  • Un torso doblado de forma antinatural, con laceraciones y golpes.
  • Las piernas separadas a jirones.
  • La cabeza, con los ojos desorbitados, congelada en una expresión de terror eterno.
  • En las manos, siete monedas de duro. Un enigma macabro.

El informe forense revela lo impensable: la mujer fue descuartizada en vida.

La sangre ha sido drenada. El crimen no es un simple asesinato. Es un espectáculo de sadismo.

Un ataúd sellado, un crimen brutal. No hubo despedida, solo silencio y horror. Aquí descansa lo que quedó de ella.

UNA INVESTIGACIÓN DE PESADILLA

La policía se atasca. Un caos de teorías absurdas y pistas falsas.

  • ¿Mafia siciliana?
  • ¿Ritual satánico?
  • ¿Vudú?

Incluso recurren a videntes y curanderos. Mientras tanto, la familia recibe una carta mecanografiada exigiendo un rescate:

"La Sra del aceitero Enrique Salomo ha sido raptada. Pedimos 25 millones de pesetas. Tienen cinco días para reunirlo."

Un fraude burdo. Un intento torpe de desviar la atención.

El inspector Víctor Cuñado ve lo obvio: quien escribió la carta no sabe escribir a máquina.

El foco se estrecha. La lista de sospechosos se reduce. Un nombre resuena con fuerza:

Ángel Emilio Mayayo Pérez.

Vecino. Amigo de la familia. Un joven retraído. Un tipo sin futuro.

Cuando Cuñado visita su casa en Reus, la clave del caso está en sus manos:

Una máquina de escribir Hispano Olivetti.

Las teclas coinciden con las de la carta. El asesino ha cometido su primer error.

Cada tecla marcó su sentencia. Pensó que era una carta anónima, pero fue su billete directo a la cárcel.

TROCEADA COMO UN ANIMAL

María Teresa entra en casa de Mayayo. No imagina que nunca saldrá con vida.

Él la golpea brutalmente con una barra de metal. La deja inconsciente. Luego, la arrastra hasta el baño.

La desviste. Intenta cortarla con una sierra eléctrica. No tiene fuerza suficiente.

Va hasta su casa en Reus. Regresa con un serrucho manual. Tiene que empalarla en el desagüe del retrete para que se mantenga tiesa. Y empieza la carnicería.

  • Las piernas seccionadas a la altura de las ingles.
  • Los brazos desprendidos con fuerza.
  • El tronco partido en dos.
  • La cabeza, lavada y secada con un secador de pelo.

Limpia la sangre meticulosamente. Pero una mancha rebelde lo traiciona. La cubre con cera y pone un sillón encima.

Los restos terminan en bolsas de basura. Las arroja en el vertedero. Cree que el crimen perfecto está hecho.

No quedó ni un hueso intacto. Aquí, el asesino convirtió un baño en una carnicería.

"EL PEQUEÑO MONSTRUO QUE LLEVO DENTRO"

Mayayo es un psicópata de manual.

  • Duerme con la luz encendida y un puñal en la mesilla.
  • Ordena obsesivamente los objetos.
  • Hace listas de personas "de confianza".
  • Amenaza a su novia con un cuchillo, la tira al suelo y le susurra:
    "Es el pequeño monstruo que llevo dentro."

UN JUICIO INSULTANTE: TARRAGONA ARDE

El 3 de julio de 1985, el veredicto es un insulto:

21 años de prisión.

La gente estalla en indignación. "¿Solo 21 años por esto?"

Mayayo no muestra ni un gramo de arrepentimiento.

Pero el destino aún tiene cuentas pendientes con él.

Frío, sin remordimientos. Sabe que lo observan, pero no le importa. Ya dejó su marca en la historia del horror.

DE ASESINO A LADRÓN

29 de agosto de 1991. Lérida.

Un banco de La Caixa es asaltado por tres hombres armados. Entre ellos, Ángel Emilio Mayayo.

Tiros. Rehenes. Caos absoluto.

Escapan con 10 millones de pesetas. La policía los caza tras una persecución de película.

Mayayo es sentenciado a 26 años.

Ironía: recibe más tiempo de cárcel por un atraco que por destrozar el cuerpo de María Teresa.


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